La equinoterapia se consolida como una opción superadora para tratar a personas con discapacidad. En Argentina, uno de los países precursores, existen ya casi 300 centros. El Granero Equinoterapia se proyecta con una posición de liderazgo en Latinoamérica.

Muchos pueblos de la antigüedad entendieron que el caballo era más que un animal a su servicio para la guerra, el transporte y el trabajo. Sin embargo, su función terapéutica nunca había sido estudiada hasta mediados del siglo XX, cuando se empezó a utilizarlos para la rehabilitación de enfermedades que involucraban discapacidad física y psíquica.

Cerca de 250 centros en el país practican la equinoterapia, modalidad terapéutica que se aplica en enfermedades ligadas a trastornos motores y neurológicos graves, y que ha tenido excelentes resultados con el autismo. Se trata en general de asociaciones sin fines de lucro y fundaciones que se financian con sponsors, o a través de aportes municipales o de la lotería nacional. Por otro lado, están las escuelas de equitación que cobran un arancel y donde existen, además, becas para las personas que no pueden financiarlo. Las obras sociales y algunas prepagas se hacen cargo de los tratamientos, pero en muchos casos es necesario recurrir a la Justicia para conseguirlo.

«La equinoterapia se fundamenta en tres principios básicos: la transmisión del calor corporal, de impulsos rítmicos y de un patrón de locomoción equivalente al de la marcha humana. El caballo es un ser sanador a través de su lenguaje corporal y emocional y sirve de espejo al alma humana», explica Julieta Malleville, directora de la Escuela de Equinoterapia La Paloma, en la ciudad de Tandil, situada a 300 kilómetros de la Capital Federal.

Los caballos con los que se trabaja en equinoterapia en el país son de raza criolla o mestizos, no superan los 1,60 m de altura, y tienen entre 8 y 15 años. Deben ser domados en forma natural, sin sometimiento, lo cual da una total seguridad para trabajar y confiar en ellos. No deben ser asustadizos y deben estar familiarizados con todo el material didáctico que se utiliza en pista: aros, pelotas, bastones, burbujeros, música, maracas, peluches.

En los últimos 15 años la equinoterapia ha evolucionado y se ha expandido su práctica a enfermedades como el estrés, la depresión, las fobias, las adicciones, los trastornos obsesivo-compulsivos y los desórdenes alimentarios.

Tal es el caso de Viviana Espejo, cuya hija sufre un trastorno de bipolaridad. Cuando la empezó a llevar al centro hípico de la ciudad, se dio cuenta de que el contacto con los caballos la hacía sentirse mucho mejor. “Cuando llega el momento de montar un animal, de manejar las riendas, de controlar su movimiento, mi mente se enfoca en esas actividades y no pienso en otra cosa. Todo mi pensamiento está ahí, en manejar al caballo y disfrutar mi relación con él. Son seres muy nobles, jamás harán daño», dice.

Ciertas actividades con caballos se realizan de a pie, y no arriba del caballo. No se necesita tener experiencia previa de equitación y la relación con el animal se basa en distintas actividades propuestas por un terapeuta, de acuerdo a la afección de la persona. Las sesiones duran entre 30 y 45 minutos, y lo ideal es que sean semanales.

En la provincia de Salta, en el norte de la Argentina, el 13% de la población está afectada por algún tipo de discapacidad. Para Elena Cataldi, creadora de la fundación Equinoterapia del Azul, la rehabilitación completa de un niño con discapacidades puede hacerse en un contexto de alegría, libertad y en contacto con la naturaleza. Y que, gracias al poder terapéutico de sus caballos, su hijo con discapacidad se recuperó. Creada en 2005, la fundación también tiene un centro de día y talleres de inclusión social, y ofrece terapias a más de 80 niños por año.

La médica Verónica Settepassi trabaja hace ya 15 años en la Escuela de Equinoterapia Hipocampo, en el barrio de Palermo, de Capital Federal, uno de los centros privados más grandes del país, donde hoy tratan a 106 pacientes. «La equinoterapia ayuda a dominar los miedos y a conectarse con el medio. El movimiento del caballo hace reconciliar a la persona con su cuerpo, la hace sentirse bien. Tuve casos de personas con depresión y con desórdenes alimentarios en las que se notaba una mejoría muy pronto. La dificultad para avanzar con esta terapia complementaria es que, muchas veces, las familias recurren a este tratamiento como última instancia. La asistencia regular y constante en el tiempo es fundamental en este tipo de actividades y si los pacientes no tienen el apoyo necesario, abandonan enseguida»,

 

Fuente: elpais.com

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